Asesinato a Distancia

Los relatos realistas tienen la capacidad de crear mundos absolutamente veridicos y que dan al lector una sensacion de realidad y nos hacen creer que aquellas acciones que se narran pueden haber pasado de igual manera que como son presentados por el autor. Roberto Walsh fue un pionero y experto en este tipo de escritura. Además, sus relatos fueron sumamente reconocidos, y a su vez censurados, al este hablar de temas que involucraban los crimenes ejercidos por los gobiernos defactos que nanejaron la Argentina. Mediante seudonimos y aluciones tácitas, Walsh contaba todas aquellas atrocidades que se estaban llevando a cabo en la Argentina. Sus libros sirvieron como exposicion y denuncia de la realidad, fue por eso que, durante esa epoca, el autor fue tan perseguido y gran cantidad de sus publicaciones prohibidas. Basandonos en un extracto de la publicacion "Aseinato a Distancia", seleccionamos una frase, y a partir de ella escribimos nuestro propio cuento policial.

Eran las 4:00 am del martes 3 de Julio. La playa estaba tan desolada como mi cabeza. El mar se mimetizaba con mis ideas que inundaban una playa ya muy afectada por la continua erosión. Y en el silencio cargado de un vaho salino, la voz de Silverio Funes parecía más opaca y fatigada que nunca. Un cadáver yacía en la arena. No había entrado en período de descomposición y no estaba completamente frío, lo que verificaba que el deceso no había ocurrido hace mucho.
Tanto mi compañero, que se había agregado recientemente al caso, como yo, sabíamos exactamente a quien pertenecía el cuerpo inmóvil. Hace unos meses había entrado a nuestro despacho una carpeta que hablaba de la desaparición de una chica de unos 16 años. Esta había sido vista por última vez el 12 de Abril, lo indescifrable era que había pasado con ella. Hoy lo sabíamos, pero todavía faltaba unir piezas del rompecabezas que formaba su muerte.
Tratando de no tocar o alterar los restos, los médicos forenses retiraron con sumo cuidado el cuerpo de la arena y lo llevaron a la central. Mi compañero y el resto del equipo siguieron al camión de la morgue de manera inmediata. Yo me retrase un poco. Me quede parado. Mirando. Tratando de entender si había algo en la escena que me remitiera a una posible solución. Estaba en blanco. Bloqueado. Pero no era un bloqueo como el de los escritores o artistas. Era un bloqueo que me decía que había algo enfrente mío que no estaba mirando. Una perspectiva diferente. Pero por el momento era imperceptible para mis sentidos.
Llegue a la central, todavía analizando y uniendo. El caos era masivo. Invadía a todas las secciones de la comisaria. Se llamaban a los familiares de la víctima y se tomaban turnos para practicar como decir las malas noticias. Me encerré en mi oficina. Necesitaba un poco de silencio. Pero mi intento de solemnidad fue interrumpido por Funes que entro con desenfreno. Me dijo que había llegado el primer familiar. El padre. ¿Cómo le dice uno a un padre que perdió a su hija? ¿Cómo le dice uno a una persona con la que no tiene ningún tipo de vínculo que aquello que más ama en el mundo le fue arrebatado de manera despiadada y no encontramos todavía explicación? ¿Puedo permitirme sentir empatía? Tantos años en el mundo delictivo y estos momentos me llenaban de incertidumbres y vacíos igual que en el primer día.
La cara del hombre me demostraba su resignación. Eso tendría que hacer el momento más fácil. Pero esa gota de esperanza en el fondo de sus ojos. Esa pequeña esperanza de que lo que tuviera que decirle no era una noticia que lo hundiría en el desconcierto y desesperación; me desanimaba. Tome coraje y relate todos los acontecimientos hasta ese momento del día. Era un hombre de unos 45,46 años. Los códigos de hombre que le habían enseñado desde chico no le permitían llorar adelante mío. Pero le era imposible. Tratando de no hacer el momento todavía más complicado le pedí permiso para inspeccionar su casa. Más concretamente la habitación de la víctima. Ante su afirmativa, simultáneamente, mande a realizar la autopsia. Esperaba que el asesino hubiera dejado algún rastro en su apuro o desprolijidad.
Salimos de la comisaria y llegamos a la casa que estaba a unos 20 minutos en el mismo municipio. Cuando estábamos por entrar me llegó un mensaje de la morgue que decía que tenían unos resultados parciales de los análisis forenses. Los resultados eran claros. Parecían verídicos. Pero no podían serlo. Capaz la falta de experiencia o el nerviosismo de tener un cuerpo inmóvil le habían jugado una mala pasada a la hora de ubicar las manos sin afectarlo. Mande a que los re verificaran y se contactaran conmigo lo más rápido posible.
Subí a la habitación. Me acompañaban el padre, que había preferido quedarse en la cocina con el resto de la familia y unos miembros más del equipo. La habitación no tenía nada raro o inusual. Era una habitación completamente normal y promedio para una chica de 16 años. Hice una visión general y construí un mapa en mi cabeza. No me detuve más de dos minutos. Baje nuevamente a donde estaba el resto de la familia para comenzar con los interrogatorios. Escuche a la madre. Escuche al hermano. Pero sentía que había algo de lo que no me estaba dando cuenta. El mismo sentimiento que en la playa. Entonces me di cuenta. La computadora. Todos los familiares habían coincidido en el hecho de que pasaba mucho tiempo en la computadora. Pero en la habitación no había ninguna computadora. Analice en mi mapa mental el escritorio. Que chica de 16 años no tiene la computadora en su escritorio. Revise lentamente el mapa tratando de detallar lo más posible. Subí inmediatamente y la computadora estaba justo donde la había visto. Entre los libros. Casi camuflada. No era necesario demasiado análisis para darse cuenta que si una adolescente tiene su computadora entre los libros no es símbolo de desorden, pero de que quiere esconder algo.
Con el permiso de los familiares la lleve a la estación. Se la di a uno de los chicos de sistemas, quien pudo decodificarla de manera casi instantánea. Una vez eliminadas todas las trabas de seguridad, la lleve a mi despacho y ahí me dedique a analizarla. Fotos, archivos, videos y documentos. El historial de internet era totalmente normal. Empecé a entrar a las páginas como Mail o Facebook. No había nada raro. Hoy en día era tonto tratar de encontrar algo cuando era tan fácil borrar cualquier tipo de evidencia tecnológica. Pero siempre queda algo. En ese momento apareció una alerta de un mensaje en Twitter que no había sido enviado. Automáticamente, casi como un reflejo entre a la conversación.
Era una conversación entre ella y un tal Pitágoras. Pitágoras no era un seudónimo muy común. O no al menos para chicos de esa edad. La conversación tenía un tono un tanto autoritario de parte del supuesto Pitágoras. Pero fue el último mensaje el que desato mi confusión. El seudo matemático citaba a la víctima en el mismo día y mismo lugar en donde había sido encontrado su cuerpo.
De nuevo esa sensación de estar pasando por alto algo tan obvio. Algo que se escapaba de mis ojos. Claramente en mi negocio no existían las casualidades. Y el asesino se escondía atrás del creador de un teorema universal. ¿Por qué el tono de los mensajes me sonaba tan familiar? Esa forma de escribir de manera ortográficamente perfecta. En ese momento sonó mi teléfono. Luego de dejar escapar un contenido insulto ante el sobresalto de la vibración en mi bolsillo, leí el mensaje. Los forenses me reconfirmaban los resultados. Ahí me di cuenta de todo. El mapa mental, la playa, los mensajes, la ortografía, los análisis inculpándolo y el vacío. Todo pasaba a tener sentido. Todo pasaba a tener conexión. La elección del seudónimo basado en una profesión de matemático frustrada. La repentina adhesión al caso. La falta de historial y el curriculum tan precario. Esa enfermedad tan escondida que había llevado al fracaso de su matrimonio.
Tome mi teléfono, y mientras bajaba corriendo las escaleras ordené, detengan a Silverio Funes.

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